Sabes Señor, que mi ausencia ante tu imagen en este tiempo de pandemia, ha sido porque las normas me han impedido visitarte y postrarme ante tu presencia. Un largo tiempo que nos han privado de esos encuentros y coloquios propios de dos almas que se quieren y se necesitan. Me ves hoy a tus pies para mostrarte tanto mi gratitud por encontrarnos de nuevo, como por la oportunidad que me das para comunicarte mis inquietudes. Si me ves arrodillado ante tu imagen es porque mi fe me dice que estás vivo, que tienes lo que yo necesito, que aunque mis ojos no te vean, te oigo cuando me hablas y se acelera mi corazón cuando me miras.
No conozco tus intenciones al permitir que la pandemia nos haya separado y que ocasione tanto dolor. Tus procedimientos no los entiendo porque Tú tienes miras de eternidad, pero no comprendo que tus designios causen tanto sufrimiento y que mucha gente se haya ido sin el calor de una mano amiga.
No vengo a quejarme pues aunque no juzgue tus intenciones, las respeto y las acato porque Tú siempre buscas lo mejor para mí. Tampoco te hago responsable de los males que acosan al mundo porque son fruto de la maldad del hombre y no un castigo tuyo. Una maldad que entonces crucificó a un inocente y que ahora sigue martirizando a los desamparados.
Te doy gracias porque a pesar de haberte fallado y sabiendo que estás en la cruz por mí, pretendes mi amor. “Qué interés te sigue que mi amistad procuras y que cubierto de rocío, pases las noches del invierno oscuras”. No eres Tú quien me necesita, soy yo el que precisa de tu “todo” para llenar mi “nada”. Sé que buscas mi compañía y que sientes y te duelen los acontecimientos que me inquietan.
Temo, Señor, que de tanto verte crucificado, deje de agradecerte que hayas muerto por mí. Quisiera que mi fe en ti sea semejante a la que Tú tienes en mí. Esa fe que espera a que llegue el día que te baje de la cruz y te dé de beber. Esa fe que haga verte en el crucificado que pasa por mi vida, en el que me pide pan y techo, en el inocente que llora porque solo sus lágrimas le defienden.
Confío en tu providencia para que ya nada nos pueda separar, que en mi próxima visita no venga tanto a pedirte sino a darte. Que aparezca con la “escalera, para subir al madero y quitarle los clavos a Jesús el Nazareno”. Que hablemos más de amores que de perdones. Que cuentes conmigo para compartir tu soledad, para llevarte a los que no te conocen y a los que sin saber lo que hacen te siguen crucificando.
Para cumplir mis propósitos debes llenarme de tu fe, de esa fe que define tu advocación y que deseo permanezca todos los días de mi vida. Te ruego que mi último suspiro sea para invocarte como mi Cristo de la Fe y que al despertarme ya no te vea crucificado sino glorioso. Amén.
Félix Garrido Gil
publicado en el libro de las Fiestas 2022