Confidencias de Adviento

Señor: un año más porque tu providencia así lo ha previsto, estoy celebrando el Adviento, preparando tu venida al mundo, tiempo para recordarme que vienes a rescatar a la oveja perdida y cargarla sobre tus hombros. Lo haces porque me amas, y me amas hasta el extremo de olvidar tu categoría de Dios, "pasando como uno de tantos", de esos tantos desamparados y relegados por la sociedad. Tu amor te lleva a dejar al Padre y la Corte Celestial, porque te apiadas de mi condena, porque quieres ser el dueño de mi vida, el cirineo de mis cruces, el alivio de mis cansancios, el alimento de mis hambres. 

Señor: sabías a lo que te exponías viniendo a la tierra. Nada te exigía que me salvases, porque fui yo quien te ofendió y no merezco que des tanto por tan poco. Para llegar a mí te revistes de mi humanidad, quieres vivir como yo vivo, conocer mis necesidades, te pones de mi parte en mis causas y porque nadie te acoge, naces en un pesebre. Si naces es porque yo he nacido y si mueres crucificado es para que yo viva. 

La corte celestial te ha despedido con la solemnidad y el protocolo que merece el rey del Universo. El mundo, aunque es obra tuya, ignora tu llegada, no hay sitio para ti, te relega a un pesebre. Permites que la acogida al Mesías, al Dios hecho hombre, sea recibida solo por unos pastores, los rechazados de aquella sociedad. Si el cielo y la tierra se preguntan el motivo de tu decisión, unos y otros proclamaríamos el inmenso amor de un Dios por su criatura. 

Señor, los limites que te marcas para redimirme, como humano no los comprendo, y como dice San Juan Pablo II: "el cristiano es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura". Mi pecado te ha obligado a nacer y lo haces de tal forma que "siendo rico te haces pobre para enriquecerme". 

Confieso Señor, que no soy digno de un amor tan desmedido, ni de que deposites en mí tu esperanza de que vuelva a la casa del Padre. Verte cómo naces me llena de buenos propósitos y siento deseos de gritar que te seguiré. De arrodillarme ante el sagrario para adorar al Hijo de Dios nacido de la Virgen María, y unirme así a la alabanza de la corte celestial. 

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

Señor: desde mi humanidad quisiera preparar tu venida para recibirte como mereces. Quiero ser lo que Tú quieres que sea. Dar respuesta a tu llamada: "Yo estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo". Madre mía ruega por mí para que sea mi alma cuna digna de tu hijo y que le acoja y reciba con el calor y pureza con que Tú lo hiciste.

Sea por siempre bendito y alabado