Señor: a pesar del tiempo que te conozco, del tiempo que te has manifestado en mi vida, en el que me has abierto tu corazón para conocer el amor de un Dios, cada día tengo que decidir si debo acatar o rechazar tu voluntad. Cuando "la noche se acerca y se oscurece la fe" me pregunto si debo seguirte cargado con la cruz o dejarla arrinconada, si recupero mis redes y me olvido de tu llamada. Parece como si te viera lejano, que ha sido un sueño nuestra relación amorosa y que has pasado por mi vida sin dejar huella. Llego a pensar que perdonar es una degradación y confesar mi fe motivo de rechazo y oposición.
Es una lucha continua contra el enemigo que me oferta lo placentero del mundo, la comodidad de la puerta ancha y espaciosa. Son tentaciones, Señor, que Tú conoces porque el Espíritu te llevó al desierto para que el maligno te tentara, y las permites que lleguen a mí para que salga fortalecido. "Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona". Tú te anticipas a mis desasosiegos y me consuelas enviándome al Defensor y confortándome con la Eucaristía. Me garantizas que me "concederás todo lo que te pida y que ruegas al Padre por los que te confió"
Señor: ante mis dudas debes aumentar mi fe, esa fe que no se basa en ver, tocar o sentir, sino en la de creer que estás presente en mi vida, en la custodia, en tu palabra y en el hermano. Una fe que no necesite correr al sepulcro para comprobar que has resucitado, la que no precisa milagros para reconocerte, y la que reconoce que ¿a quién voy a acudir si Tú tienes palabras de vida eterna".
Me dices Señor, que: "Si mi fe fuera tan pequeña como un grano de mostaza, podría decirle a una montaña que se traslade de aquí para allá". Que si de verdad creyera que me ama mi Dios y que has entregado tu vida para salvarme, jamás te negaría. Si creyera de verdad que Jesús de Nazaret está real y verdaderamente presente en la Eucaristía nunca estarías solo. Si reconociera que: "el necesitado llega a ser alguien que me pertenece y un don para mí" no existirían pobres en mi alrededor. Si creyera de verdad que yo valgo más que los pájaros y lirios del campo que ni siembran ni cosechan porque el Padre Celestial los cuida, no acumularía riquezas.
Sé, Señor, que la fe es gracia del Espíritu Santo y no fruto de mis bondades o de mis talentos, y aunque según san Mateo: "la fe y el amor caminan de la mano" no dejaré de amarte cuando no te vea o te sienta lejano.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
Concédeme Señor una fe viva, hecha obras, la fe que enseña san Pablo: "la que es certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". La fe de María que la mantuvo al pie de la cruz; la fe que me haga verte en el hermano o la que indicaste a santa Catalina de Siena "No puedes serme útil en nada, pero sí que me puedes servir ayudando al prójimo". La que me lleva a cumplir tu voluntad en los aconteceres de cada día.
Sea por siempre bendito y alabado