Confidencias de Noviembre

Señor: siento cómo la barca de mi vida se va acercando al puerto de su destino, donde Tú me esperas, "se acerca el momento de mi partida". Veo que estoy terminando mi caminar en esta vida y que debo alegrarme porque me espera iniciar el camino eterno. Solamente Tú conoces el día y la hora y hasta que llegue ese momento, y aunque vea cerca el puerto, me dices que "siga remando mar adentro para que no la deje a merced de las olas". Que siga luchando para dar el ciento por ciento para que cuando me llames te pueda presentar las manos llenas. Que aunque el mundo me ha olvidado porque mis fuerzas han quedado mermadas, Tú me sigues queriendo en el atardecer de mi vida, porque no te importa tanto mis obras ni mi edad como mi disposición de amarte y cumplir tu voluntad. 

A pesar de los años, Señor, Tú sigues siendo mi Maestro y yo tu discípulo. Nunca me has exigido nada por ese don y la ofrenda que me pides ahora es la de aceptar mi deterioro físico, el olvido de la sociedad, el apartarme de las actividades parroquiales, seguir siendo adorador aunque no pueda acudir a las vigilias y arrodillarme ante el sagrario. Que mire la muerte, en palabras del Papa Francisco, como "el abrazo con el Señor, para ser vivido con esperanza. Un momento en el que el Señor viene a recogernos y para el cual nos pide que estemos preparados". Tus palabras: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" me dieron fuerza en mi juventud y ahora me dan paz confianza y esperanza. 

"Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera, más justa y más eficaz de prepararnos a la muerte, pues en ella celebramos también nuestra muerte y la ofrecemos, día a día, al Padre". Tú, Señor, has puesto las condiciones para resucitar contigo: Creer en ti: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá". He creído, te he seguido, me has levantado en las caídas, te he adorado, he vivido por y para ti, y lo principal: has muerto y resucitado para que yo no muera y resucite contigo.

Señor: cuando tras la muerte, abra los ojos, no voy a temer porque me vayas a juzgar ya que en vida nunca te he tratado como Juez. Te veré como a mi Señor a quien he amado, en quien he creído, a quien he seguido y entregado mi vida. "Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida". 

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

Señor: tarde o temprano llegará la hora de mi muerte y desearía que en esos momentos pueda repetir tus palabras: "Todo está cumplido". He cumplido con lo que me mandaste y ahora espero de tu misericordia oírte decir : "Ven bendito de mi Padre; hereda el reino preparado para ti desde la creación del mundo". Imploro la intercesión de la Virgen Maria para hacer realidad la oración que tantas veces repetí: Y en la hora de muerte muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Sea por siempre bendito y alabado