Señor: adorarte acompañados de María, la mujer eucarística por excelencia, meditar tu palabra desde su corazón, avala mi oración y garantiza tu complacencia. En palabras de san Juan Pablo II: "Guiados por Santa María hemos de redescubrir, para valorarla más, la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento para que así podamos aprender a estar".
Hijo, he ahí a tu madre, y madre ahí tienes a tu hijo, fueron palabras nacidas del amor de un hijo a punto de morir, en las que se contempla tu deseo de entregarnos a la mujer más perfecta y santa de la Creación, para que su maternidad iniciada en Ti, no se quedase en la cruz, sino que se perpetuase en cada uno de los mortales.
Ella me repite las mismas palabras que pronunció en las Bodas de Caná: "haz lo que Él te diga" cada vez que me "falte el vino". Nadie mejor que Tú, Señor, conoce las virtudes de la Virgen y piensas que ella es la madre que necesito para caminar amparado y guiado por la vida. Nadie como ella me conoce, y nadie mejor que ella nota cuando me estoy quedando sin vino. El vino que da vida a mi condición de ser amado por el Hijo de Dios y que alienta mi amor por el prójimo.
Ella alcanzó gracia a los ojos de Dios porque supeditó sus planes por los del Padre y supo decir "Hágase tu voluntad y no la mía". La voluntad de Dios, me dice San Pablo que "está en verte en lo presente".
Hacer tu voluntad es dejarte hacer en mí. Estar disponible como lo estuvo la Virgen, aunque como ella te pregunte ¿cómo será esto? Hacer tu voluntad, pienso, Señor, que es conseguir que mi amar, pensar y hacer, estén al servicio de tus deseos. Pensar que para servirte debo ser consecuente, seguir tu lógica, llenar mi alma de paz y hacer de mi vida un cielo digno de tu presencia.
Todo lo que necesito parame, Señor, lo hiciste Tú y poco o nada puedo añadir a tu obra. A la Virgen siendo Santa e Inmaculada le pediste un "sí". A Pedro que dejara las redes y te siguiera. A Pablo que no te persiguiera. A Tomás que creyera sin ver. A María Magdalena que no pecase más. A Teresa de Calcuta que te viera en los pobres, y a mí, que esté disponible a tu voluntad, te deje hacer y me deje querer.
Madre Inmaculada: Te doy gracias por tu maternal cuidado.
Te quiero por lo que haces por mí y te saludo una y mil veces con un Ave María, como la mejor invocación que el ángel encontró y que este mortal, e hijo tuyo, te quiere repetir.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
Sea por siempre bendito y alabado