«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.»
Así comienza la Constitución pastoral «Gaudium es spes» del Concilio Vaticano II. Pero, ¿son estos realmente nuestros sentimientos? ¿sentimos de verdad y en lo hondo las angustias y tristezas, los gozos y alegrías del mundo que nos rodea como algo verdaderamente propio? ¿o más bien el mundo que nos rodea está "perdido del todo" o al menos tan "descaminado", que lo más que pienso es no hundirme, que la Iglesia no se hunda con él?
Si cuando vemos este mundo, lleno de dolor y guerras, lleno de falsas alegrías y esperanzas ilusiorias, lo que se nos cruza por el corazón es lo segundo, lo que nos ocurre es que lo vemos como distante y ajeno; si no nos sentimos parte (y en algunos aspectos causa) de sus gozos, esperanzas, tristezas y angustias, es que necesitamos con urgencia un IDE.
Necesitamos recorrer un camino, un itinerario que nos devuelva ese mundo al que debemos evangelizar, que nos devuelva ese amor al mundo por el que murió Cristo. Él reconoció y denunció el odio del mundo, pero lo hizo amando al mundo, apasionadamente, hasta morir por él:
«¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!» (Mt 23,36)
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