Señor: en la era de la Inteligencia Artificial es difícil que el mundo crea que Jesús de Nazaret esté vivo, que haya resucitado. La historia de la humanidad documenta que tu vida terminó cuando te “crucificaron” en el monte Calvario. Lo confirma el evangelista Juan: Cristo fue “inhumado y dos de tus discípulos, José de Arimatea y Nicodemo, envolvieron su cuerpo sin vida y lo enterraron en una tumba excavada en la roca” Los otros evangelistas y las epístolas de Pablo afirman que Cristo murió crucificado en tiempos de Pilatos y de Tiberio. Dice San Agustín: ”Que Cristo haya muerto lo creen todos, incluso los paganos, pero que haya resucitado, sólo lo creen los cristianos, y no es cristiano quien no lo cree. La fe de los cristianos se basa en la resurrección de Cristo”.
Señor: solo por la gracia del Espíritu Santo presente en mi vida por el bautismo, dejo de pertenecer al grupo de Tomás: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer” Mi testimonio está unido al de los 1.406 millones de católicos que proclamamos al mundo que has resucitado, que estás vivo, que caminas a nuestro lado y que te reconocemos al partir el pan. Tú en vida lo anunciaste: “el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores y que iban a crucificarlo, pero que resucitaría al tercer día”
Señor: cuando dices que Tú eres la resurrección, no solo pienso en la resurrección del último día sino lo que representa tu resurrección en mi vida, en mí día a día, en la esperanza de que por ella has trasformado mi espacio y tiempo en eternidad. San León Magno escribe: “hay dos tipos de resurrección: una resurrección del cuerpo que ocurrirá el último día y una resurrección del corazón que debe ocurrir cada día”
“La mejor forma de descubrir qué se entiende por resurrección del corazón, es observar lo que la resurrección física de Jesús produjo espiritualmente en la vida de los Apóstoles” San Pedro comienza su Primera Carta con estas elevadas palabras: «Por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible» (1 Pe 1,3-4).”
Señor: tus palabras a Marta «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11, 23-25) me reconfortan porque hablan de tu misericordia infinita, del valor redentor de tu sangre y del deseo de la Trinidad para que entre a poseer tu Reino. Para entrar por sus puertas tan solo me pides que crea que Jesús de Nazaret ha muerto y resucitado porque el precio del rescate ya lo pagó con su sangre el Hijo de Dios. “Yo te he redimido, te he llamado por tu nombre; tú eres mío, tiene mi nombre escrito en la palma de su mano” (Is 43,2).
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
Señor: verte crucificado me hace sentirte cercano, frágil, humano. Verte glorioso y resucitado hace que cambie mi vida por completo y para siempre. La muerte ya no tiene la última palabra, mis miedos los trasformas en fortaleza y mis temores en esperanza. “Para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, el perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido” (Isaías 61).
Con palabras del Papa Francisco: “La resurrección es una alegría que se puede celebrar día a día, encontrando al Resucitado en la Eucaristía, en el perdón, en la oración y en la caridad”. Que como la Virgen María sienta que has resucitado sin necesidad de ir al sepulcro porque creo en tus palabras: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.
Sea por siempre bendito y alabado
